El pasado jueves, durante el primer debate presidencial estadounidense, Joe Biden solo tenía que hacer una cosa: no parecer un anciano cansado, senil y errático. No confirmar, en fin, las acusaciones del Partido Republicano. Hace cuatro años, cuando se empezó a decir que estaba gagá, utilizó los dos debates que se celebraron entonces para disipar los rumores (y salir, finalmente, elegido presidente). En esta ocasión, sin embargo, Biden falló estrepitosamente. Nada más abrir la boca certificó, a través de una voz terriblemente cascada, que estábamos ante un hombre agotado con pinta de estar repitiendo frases de memoria. Y entonces, a los doce minutos, llegó el apagón: tras perder el hilo de su propia argumentación y tartamudear durante quince segundos terminó soltando una frase carente de sentido. No fue el único lapsus de la noche –hubo dos más– pero al ser el primero, y ocurrir tan pronto, fue el que encendió las alarmas dentro del Partido Demócrata y el que desató el coro de voces que lleva pidiendo desde entonces su retirada. La pregunta, al margen de si se terminará retirando o no (y de momento no tiene pinta), es por qué estamos aquí. Es decir: cómo es que la primera potencia del mundo tiene a dos señores como Joe Biden y Donald Trump, dos señores que en opinión de muchos deberían estar disfrutando de su vejez, peleándose por coger el volante. Eric Levitz, corresponsal político de un medio digital llamado Vox, ha analizado el caso de Biden y ha concluido que todo empezó cuando Barack Obama le nombró vicepresidente; un cargo que muchos ven como la antesala de la presidencia. «Obama no escogió a Biden porque pensara que el entonces senador de Delaware iba a ser un gran candidato», explica Levitz. «Al contrario, y según afirman muchas fuentes, Obama pensó que Biden ni siquiera podía ser viable como candidato cuando terminase su mandato». Por eso, añade Levitz, optó por él. «Según su razonamiento, esto convertía a Biden en un segundo de a bordo especialmente leal: desprovisto de aspiraciones políticas propias, no tendría ningún problema en favorecer los intereses y objetivos de Obama sobre cualquier otra cosa». Pero si bien acertó en lo segundo, erró en lo primero. Biden tenía, y sigue teniendo, aspiraciones políticas propias que ha podido perseguir gracias, precisamente, al cargo que ocupó con Obama. Lo cual lleva a pensar, concluye Levitz, que si efectivamente la vicepresidencia de Estados Unidos es un aval tan importante los mandatarios deberían empezar a escoger mejor a sus respectivos lugartenientes. Priorizar el talento, la preparación, la proyección y la juventud por encima de otras cuestiones.
El análisis completo de Levitz se puede leer (en inglés) aquí.
El pasado miércoles hubo un golpe de Estado en América Latina. Otro más, sí, aunque en este caso duró menos de dos horas, falló y no dejó víctimas mortales pese a las imágenes de tanquetas militares y uniformados armados hasta los dientes dando voces. Un gatillazo en toda regla, vaya. Precisamente por eso hay quien habla de ‘autogolpe’ por parte de Luis Arce, el presidente de Bolivia, que es donde tuvo lugar el pitote. Un ‘autogolpe’ que valdría, como tantos otros, para amarrar su posición. Lo curioso es que las acusaciones no solo provienen de la oposición, hasta cierto punto comprensible, sino también de compañeros de filas como el mismísimo Evo Morales. De ahí lo interesante de esta entrevista a Eduardo del Castillo, ministro de Gobierno de Bolivia, realizada por Federico Rivas Molina para El País. Aunque a ratos pueda resultar un tanto surrealista –el ministro afirma que Juan José Zúñiga, el general golpista, tiene problemas mentales–, leerla es una buena forma de asomarse a las divisiones que existen entre los máximos referentes políticos del país.
El intercambio entre Molina y el ministro boliviano se puede leer aquí.
Hace unos días se supo que en los alrededores de La Meca han muerto, durante las últimas semanas, 1.300 personas con motivo del hach; la peregrinación anual que tiene lugar durante el último mes del calendario islámico y que todo musulmán adulto debe realizar al menos una vez en la vida. Según unas autoridades saudíes que al principio no estaban muy por la labor de reconocer el drama, la causa de los fallecimientos se encuentra en las altas temperaturas –se han rozado los 50 grados– que han asolado recientemente la región. Sin embargo, el periodista Emad Mekay, afincado en El Cairo, y la reportera Vivian Nereim, afincada en Riad, sospecharon que detrás de todas esas muertes tenía que haber algo más que calor y comenzaron a escarbar hasta toparse con lo esperable: el factor humano. O sea: con todos aquellos musulmanes que tratan de realizar la peregrinación por su cuenta y riesgo. Sin permiso oficial y fiándose de ‘turoperadores’ y guías clandestinos que no siempre cumplen su palabra para tratar, así, de abaratar un viaje que suele costar entre los 5.000 dólares y los 10.000 dólares por persona. «Mientras que los peregrinos que sí cuentan con permiso son transportados en autobuses con ventilación y son alojados en tiendas que cuentan con aire acondicionado, aquellos que no se han registrado quedan expuestos a los elementos», cuentan Mekay y Nereim en un reportaje publicado en el New York Times.
El texto, que incluye varios testimonios de peregrinos, se puede leer (en inglés) aquí.
A sus 90 años el arquitecto portugués Álvaro Siza lo ha ganado prácticamente todo: el Pritzker, el Mies van der Rohe, dos Leones de Oro de la Bienal de Venecia y el Premio Nacional de Arquitectura, entre otros reconocimientos. Sin embargo, lejos de echarse a dormir sobre sus laureles, a día de hoy continúa trabajando… y opinando sobre lo divino y lo humano. Sobre cuál es, por ejemplo, la función de la arquitectura. O sobre cómo han cambiado sus tiempos. La corresponsal de El País en Portugal, Tereixa Constenla, visitó a Siza en su estudio de Oporto y mantuvo con él una larga charla en la que se tocó un poco de todo. Historia, política, la búsqueda de la belleza, frustraciones y alegrías.
La entrevista, publicada en El País Semanal, se puede leer aquí.
El 9 de octubre de 1980, poco antes de ser asesinado, John Lennon recibió de su esposa, Yoko Ono, un reloj Patek Philippe 2499 con motivo de su cuarenta cumpleaños. Hoy ese mismo reloj –valorado en más de diez millones de dólares– se encuentra custodiado en Suiza, en una caja fuerte, a la espera de que un juez determine a quién pertenece realmente: si a Yoko Ono, quien hasta hace nada creía que seguía guardado en su apartamento neoyorquino, o a un misterioso coleccionista italiano identificado solamente como Mr. A que dice habérselo comprado a un extraño empresario turco a través de una casa de subastas alemana que quebró hace años. La pregunta, claro, es cómo demonios llegó hasta el turco en primer lugar.
El escritor Jay Fielden explora el misterioso periplo del reloj en un reportaje publicado en la revista The New Yorker cuya versión digital se puede leer (en inglés) aquí.
«La Unión Europea ha sido calificada repetidamente de “enano político”. En el plano tecnológico, la Unión tampoco goza de mucha más estatura, especialmente si la comparamos con los ecosistemas de Estados Unidos y China». Así empieza Javier Borràs Arumí, un joven investigador del think tank barcelonés CIDOB al que sigo desde hace años, su último artículo. Una pieza que, tras contar las verdades del barquero, o sea lo de arriba, explora cómo y de qué manera Europa puede llegar a convertirse en un referente dentro de un campo, el de la tecnología, en constante evolución. Una pista de por dónde podrían ir los tiros: «La UE puede usar su poder como “superpotencia regulatoria” para empujar hacia un modelo digital más basado en los derechos ciudadanos y no tanto en el libre mercado (modelo EE. UU.) o el poder del Estado (modelo China)».
Su análisis se puede leer aquí.