Hanna Khoury – Los cristianos de Jerusalén
Cómo es vivir allí donde no te quieren pese a llevar en esa tierra desde siempre.
Hanna Khoury, más conocido como «Juan» entre sus amigos españoles, suele presentarse como lo que es: guía turístico en Israel. El país que le vio nacer y del cual es ciudadano. Pero hay vida –mucha vida– más allá de su ocupación. Porque Khoury, que ha estudiado Teología, también es diácono en la Iglesia Ortodoxa Siríaca de Antioquía y uno de los pocos cristianos que quedan en lo que él mismo define como «Tierra Santa». Una comunidad que no hace tanto tiempo suponía el 25% de la población pero que hoy apenas supera el 2%. En la conversación que sigue, celebrada gracias a las gestiones del sacerdote Álvaro Maldonado en una cafetería del madrileño barrio de Ciudad Lineal, se habla de los orígenes del cristianismo, de la variopinta comunidad cristiana de Jerusalén y de cómo se perfila su futuro en un lugar carcomido por el odio entre judíos y musulmanes.
Mucha gente, al saber que todavía quedan cristianos en Israel y Palestina, se pregunta por vuestros orígenes. No sabe si procedéis de aquellas primeras comunidades cristianas surgidas tras la muerte de Jesús o si, por el contrario, fuisteis llegando en siglos posteriores. Recientemente, incluso. Así que la primera pregunta es obvia: ¿de dónde venís?
Hay de todo. Las raíces de los cristianos de origen arameo, como yo, se remontan a los tiempos de Jesús. Somos, como bien dices, herederos de las primeras comunidades surgidas a lo largo de los siglos I y II. También hay cristianos de origen armenio, cuyas raíces se remontan al siglo IV. Otros se convirtieron a comienzos de la época bizantina, o tienen procedencia árabe, y los hay cuyos ancestros llegaron más tarde; con los cruzados. Es, en fin, una comunidad étnicamente diversa que ha ido tomando forma a lo largo de la historia.
También es una comunidad poco uniforme en cuestiones de credo. Sus miembros pertenecen a muchas iglesias diferentes: la Iglesia Católica, la Iglesia Ortodoxa Siríaca de Antioquía, la Iglesia Ortodoxa de Etiopía, la Iglesia Apostólica Armenia, la Iglesia Grecolatina, la Iglesia Copta Ortodoxa…
Sí. Hay incluso protestantes. De todas formas, no le hacemos demasiado caso a esas diferencias. Nos consideramos parte de la misma comunidad, la de los cristianos de Tierra Santa, y aunque es cierto que hay algunas alteraciones en cuestiones como la del calendario o la forma de impartir misa, en lo esencial estamos de acuerdo: creemos en Jesucristo, creemos que es el hijo de Dios y que se sacrificó en la cruz para salvarnos. Compartimos la misma fe. Convivimos perfectamente, tal y como demuestra la cantidad de matrimonios mixtos que hay. Mi padre, por ejemplo, es católico pero mi madre es ortodoxa y aunque yo también soy católico siempre he frecuentado un templo que pertenece a la Iglesia Ortodoxa Siríaca de Antioquía porque allí celebran las misas en arameo, que es mi lengua. De hecho, soy diácono en ella.
Tengo entendido que es una de las denominaciones más antiguas que existen.
Así es. Si atendemos a la tradición su fundación corresponde a San Pedro, quien llegó a la región de Antioquía –en la actual Turquía– cuatro décadas después de la muerte de Jesús. Allí impulsó una de las primeras comunidades cristianas, de la que fue obispo, antes de viajar a Roma, donde terminaría martirizado y ejecutado. Además, durante los siglos del llamado cristianismo primitivo la importancia de Antioquía fue notable. Lo demuestra su inclusión en la pentarquía; el listado, por llamarlo de alguna manera, que reflejaba los lugares más trascendentales del momento. Estaba, en fin, considerada una de las cinco sedes episcopales más influyentes del Imperio Romano junto a Jerusalén, Alejandría, Constantinopla y Roma. Además, su labor evangelizadora entre los gentiles –los no judíos– fue crucial durante los primeros siglos de expansión cristiana. Luego, durante el Concilio de Calcedonia, celebrado en el año 451 para discutir la naturaleza de Cristo, llegó el cisma. Tras rechazar la doctrina diofisita –según la cual la humanidad y la divinidad de Cristo son dos naturalezas distintas– la Iglesia Ortodoxa Siríaca de Antioquía quedó enmarcada en el grupo de las iglesias ortodoxas orientales. El líder espiritual sigue siendo el patriarca de Antioquía, que en la actualidad reside en Damasco.
Volviendo a la diversidad que caracteriza a los cristianos de Israel y Palestina, te quería preguntar si la buena convivencia que se da hoy entre sus diferentes credos ha existido siempre.
Entre la gente de a pie normalmente sí, pero entre las jerarquías eclesiásticas no siempre. Históricamente hubo bastantes problemas por ver quién controlaba los lugares sagrados en sitios como Jerusalén o Belén. La basílica del Santo Sepulcro, la basílica de la Natividad o la abadía de Hagia María. Esos problemas se agravaron durante el dominio otomano porque aunque los turcos decidieron oficializar la cuestión emitiendo un papel otorgando la potestad de tal o cual lugar a la iglesia que más dinero pagara, aceptaban ofertas simultáneas. Con lo cual, si tú pagabas tanta cantidad de dinero a cambio del permiso y unas semanas después otra iglesia pagaba más, los turcos entregaban otro papel igualmente válido a esa otra iglesia. Entonces surgían las peleas, muchas veces físicas, entre los sacerdotes de las diferentes denominaciones. Las tensiones llegaron hasta tal punto que, en un momento dado, las iglesias optaron por reunirse para ver de qué manera se podía convivir pacíficamente. De ahí surgió el statu quo firmado en los años cincuenta del siglo XIX y que todavía rige hoy.
¿En qué consiste?
En que cada iglesia tiene derecho a un espacio y a un horario en los principales lugares sagrados: el Santo Sepulcro, la Natividad, el Cenáculo –donde Jesús celebró con los apóstoles la Última Cena–, la tumba de la Virgen María o el lugar donde lapidaron a San Esteban. No siempre es exactamente así, dependiendo del lugar puede haber variaciones, porque en algunos sitios no hay espacio para todos, pero la idea es esa. El caso es que, aunque el statu quo no limó todas las asperezas de golpe, sí logró que la situación fuese mejorando progresivamente. Hoy todavía puede surgir alguna diferencia de opinión entre las jerarquías eclesiásticas, pero llevamos varias décadas de buena convivencia.
Antes de llevar la conversación a temas de actualidad, y aprovechando que eres arameo, quería trasladarte una pregunta que muchos cristianos se hacen: ¿por qué Jesús, que era judío, hablaba arameo en lugar de hebreo?
Jesús entendía el hebreo aunque, efectivamente, su lengua materna era el arameo. ¿Por qué? Pues porque cuando los judíos sufrieron su exilio, en época prerromana, y se afincaron primero en Asiria y luego en Babilonia olvidaron progresivamente el hebreo, quedando reducido a un lenguaje ceremonial destinado a las oraciones religiosas, y abrazaron el arameo como forma de comunicarse en el día a día ya que era la lengua predominante en esos reinos. De modo que cuando regresaron a Israel, varias generaciones después, lo hicieron con el arameo como lengua principal. Por eso Jesús hablaba arameo. De hecho, en el siglo IV, ya en época bizantina, la cronista hispanorromana Egeria escribió, tras visitar Jerusalén, que en el templo del Santo Sepulcro la misa se impartía oficialmente en griego mientras una persona ejercía la traducción simultánea al arameo para que los fieles pudiesen entender lo que se estaba diciendo. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que cuatro siglos después de la muerte de Jesús en Jerusalén la lengua común seguía siendo el arameo.
He estado revisando estadísticas y la población cristiana en Israel y Palestina ha decrecido considerablemente en los últimos cien años. Aunque los porcentajes varían dependiendo de la fuente, puede decirse que ha pasado de ser un 25% a comienzos del siglo XX al 2% actual. ¿A qué atribuyes esta tendencia?
A varias razones. Por un lado hay que destacar los tres genocidios cometidos por los turcos durante las primeras décadas del siglo pasado: el armenio, el griego y el arameo-sirio, más conocido como Sayfo, que significa «espada» en idioma siríaco. Sus efectos fueron devastadores: a los tres millones de cristianos asesinados hay que sumar los muchos que, para escapar de la muerte, emigraron a Europa. El otro gran factor, más reciente, sería la emigración de muchos cristianos a lugares de América Latina –Honduras, México, Chile– o Estados Unidos debido a las dificultades económicas y a los problemas existentes tanto con los musulmanes como con los judíos. Esto se ve claramente en las estadísticas de lugares como Belén, por ejemplo, donde los cristianos han pasado del 85% al 10%.
¿Dónde se encuentran hoy en día los principales núcleos cristianos?
El más numeroso está en Nazaret. Después estaría Haifa y, en tercer lugar, Jerusalén. Asimismo, existe un pueblo íntegramente cristiano, Taybeh, de unos 1.500 habitantes. También sigue habiendo cristianos en Belén y en sus alrededores; sitios como Beit Sahour o Beit Jala.
¿Y en Gaza?
Quedan muy pocos. Hace dos años eran menos de mil y ahora, con la guerra, no sé cuántos quedarán. Gaza está muy aislada y apenas tenemos contacto con ellos.
Comentas que detrás de la emigración cristiana se encuentra, además de la cuestión económica, el asunto de la convivencia. Te pregunto primero por los musulmanes: ¿tenéis muchos problemas con ellos?
No con todos, claro, pero algunos no es que no quieran judíos en Tierra Santa; es que no quieren a nadie que no sea musulmán. De todas formas, el principal problema es el económico. Ocho de cada diez cristianos en Tierra Santa se dedican al turismo religioso. Es decir: a cuidar, asesorar, trasladar y guiar a los peregrinos que visitan los lugares santos y que prefieren estar acompañados por personas que profesan su misma fe y pueden explicar la importancia de algunos sitios no solo desde el punto de vista histórico sino también espiritual. O que se dedican a tallar objetos, como figuras o cruces de madera, que sirvan de recuerdo a los visitantes. Sin embargo, la inestabilidad que sacude la región desde hace décadas asusta a muchos posibles viajeros. Y desde el 7 de octubre del 2023, cuando Hamás atacó a Israel, no es que la actividad turística sea escasa; es que no hay.
Observo que no diferencias entre cristianos palestinos y cristianos israelíes.
Es que para nosotros no hay ninguna diferencia. Somos la misma gente; la misma comunidad. Evidentemente, el día a día viene determinado por el pasaporte. Israel es un país funcional, con una economía boyante y buenos servicios. Es cierto que si no eres judío te encuentras con unas trabas burocráticas muy frustrantes –desde los controles en el aeropuerto de Tel Aviv hasta la obtención de un permiso para comprar un trozo de tierra o construir una casa–, pero en términos generales se vive bastante mejor que en Palestina, cuya realidad económica es mucho más deprimente. No obstante, y dejando esas cuestiones de lado, nosotros no diferenciamos entre cristianos palestinos o cristianos israelíes. Todos somos cristianos de Tierra Santa. Al principio hablábamos de matrimonios mixtos entre los fieles de diferentes iglesias, ¿recuerdas?
Sí.
Pues también hay muchos matrimonios mixtos entre los cristianos de Israel y los cristianos de Palestina.
¿Israel no pone problemas?
Burocráticos, sobre todo. Si un cristiano israelí se casa con una mujer cristiana de Palestina, por ejemplo, y ambos quieren vivir en Israel podrán hacerlo bajo un permiso de residencia especial para ella que, sin embargo, va a limitar mucho sus movimientos. Desde cosas básicas como el carnet de conducir, que ella no se va a poder sacar, hasta la imposibilidad de viajar al extranjero. Si quieren irse de viaje a cualquier lugar, él sí podrá volar desde Tel Aviv pero ella deberá hacerlo a través de Jordania y luego reunirse, ambos, en el lugar de destino. Cosas así.
¿No puede obtener la nacionalidad israelí?
Sí, pero el proceso tarda como mínimo diez años. De hecho, tengo un amigo cuya mujer es palestina y no obtuvo el pasaporte de Israel hasta el año pasado pese a llevar casados más de veinte años.
Tú tienes pasaporte de Israel, ¿verdad?
Sí.
Sin embargo, por tu forma de hablar, percibo que pese a tener nacionalidad israelí no te sientes israelí.
No me siento israelí porque Israel no nos quiere. Hace unos minutos te hablaba de problemas de convivencia no solo con los musulmanes sino también con los judíos porque muchos de ellos tampoco quieren a nadie que no sea de los suyos en Tierra Santa. Es algo que veo cada vez que tengo que acudir al ayuntamiento de Jerusalén a realizar cualquier gestión. Te tratan como a un ciudadano de segunda y te hacen saber que no eres bienvenido.
Como a los musulmanes que viven en Israel, entonces.
Prácticamente igual, sí. Mira: yo no tengo ningún problema ni con los judíos ni con los musulmanes. Los judíos, y eso es innegable, llevan miles de años habitando esa tierra y tienen todo el derecho del mundo a estar ahí. Los musulmanes no llevan tanto tiempo, pero más de mil años seguro, y también tienen todo el derecho a estar ahí. Solo pido la misma comprensión hacia los cristianos, muchos de los cuales tenemos raíces que se remontan hasta la época de Jesús. ¡Dos mil años! Si basamos la legitimidad en la cantidad de tiempo que lleva cada comunidad –judíos, musulmanes, cristianos– afincada, pese a los vaivenes de la historia, en Tierra Santa creo que todos tenemos el mismo derecho. Sin embargo, además de negárselo entre ellos, también nos lo niegan –ambos– a nosotros.
Al margen del maltrato institucional que comentas, y centrándonos en las relaciones de la calle, ¿son frecuentes los encontronazos con los judíos?
Con los seculares o los moderados no suele haberlos, pero en ocasiones se dan episodios desagradables con los ultraortodoxos. Hace no mucho tiempo caminaba por la zona vieja de Jerusalén con un amigo que es monje y que iba vestido como tal –con la cogulla y una cruz colgando del pecho– y, al cruzarnos con un ultraortodoxo, nos escupió. Al monje, concretamente. Entonces me enzarcé con él hasta que llegó la policía y, como era de esperar, tomó partido por el ultraortodoxo. Ese tipo de anécdotas no suceden a diario, pero sí con cierta frecuencia.
Teniendo en cuenta todo lo que me estás contando la pregunta es evidente: ¿te has planteado emigrar tú también?
No. No quiero dejar Jerusalén. Y como yo muchas otras familias que no han querido marcharse en estos años. No solo porque alguien debe cuidar y proteger los templos cristianos de la ciudad sino porque sin nosotros la comunidad cristiana en Tierra Santa corre el riesgo de desaparecer. Es importante que esa comunidad cristiana continúe, que tenga futuro, no ya por nosotros, los que estamos allí, sino por todos los cristianos del mundo. Jerusalén también es su ciudad. Deben poder peregrinar a ella, si quieren, y sentirse acogidos cuando lo hagan.
Quiero preguntarte, también, por las circunstancias actuales y voy a empezar por el 7 de octubre del 2023: el ataque de Hamás. ¿Cómo lo viviste?
Esa mañana estaba en el Monte de los Olivos con un grupo de peregrinos norteamericanos. Caí en la cuenta de que algo pasaba cuando empecé a ver misiles surcar los cielos. Entonces me metí en Internet a través del teléfono y leí que Israel estaba bajo ataque. No especificaban de qué manera, pero a juzgar por los titulares era un ataque total. Se desató el pánico, así que regresamos al hotel a esperar acontecimientos. Al día siguiente, después de comprobar que Hamás había atacado únicamente las localidades próximas a Gaza, propuse a los peregrinos norteamericanos seguir visitando la ciudad y algunos me acompañaron al Santo Sepulcro. Entonces, recorriendo las calles del casco viejo, pude comprobar que efectivamente había cundido el pánico no solo en la ciudad sino en todo el país. Ese día cambió todo.
¿A qué te refieres?
A que todo lo que hemos visto en los últimos meses, y en especial la caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria, tiene su origen en ese día. El ataque de Hamás propició la invasión de Gaza y la neutralización tanto de Hezbolá como de buena parte de la capacidad ofensiva de Irán, lo cual ha desembocado en ese cambio de régimen en Damasco y –no lo olvidemos– en la ocupación por parte de Israel de una parte del territorio sirio. Es difícil no hacerse ciertas preguntas y cuestionar si alguien dejó que ocurriera lo del 7 de octubre.
Antes de pasar al análisis regional –por el que ahora te preguntaré– quiero abordar la cuestión de Palestina e Israel. ¿Crees que existe alguna solución al conflicto?
Sí, la de los dos estados. Entregar Cisjordania a los palestinos, que Israel siga siendo el Israel actual, e implantar una serie de acuerdos y un reconocimiento mutuo. Y, a partir de ahí, aspirar a una coexistencia cordial o, al menos, tolerante.
¿Y qué habría que hacer con Gaza?
No lo sé, la verdad.
Al margen de Gaza, ¿ves factible la solución que propones?
Es difícil. Los fundamentalistas quieren que Tierra Santa sea únicamente de ellos, judía para los judíos y musulmana para los musulmanes, mientras que los judíos moderados no se fían de los palestinos; creen que un estado independiente que tenga frontera con Jordania, por donde podría entrar armamento, es una vulnerabilidad que podría volverse en contra. Un síntoma de lo anterior se encuentra en la proliferación de los asentamientos ilegales por parte de colonos judíos en territorio palestino. De todas formas, y aunque algunas personas atribuyen esta deriva al actual gobierno de Benjamín Netanyahu, un gobierno en el que ciertamente hay radicales y racistas, la verdad es que viene de lejos. La única excepción a la intransigencia gubernamental de Israel se dio con Isaac Rabin. Y ya ves cómo acabó: asesinado por un fundamentalista judío en 1995.
¿Cómo crees que afectará el cambio de régimen en Siria, y la deriva en la que se encuentra actualmente Oriente Medio, a los cristianos de esa parte del mundo?
Habrá que ver. Lo único que te puedo decir es que los cristianos de Damasco están a la espera; hay miedo por lo que pueda pasar, pero también existe la determinación de no abandonar un lugar que forma parte de la cuna del cristianismo. En general, la única gran aspiración de los cristianos de Oriente Medio, y me incluyo, no es otra que la de poder vivir en paz con nuestros vecinos. Sean quienes sean.
Siento mucha curiosidad por la relación que mantenéis con la biblia. Es un libro sagrado para todos los cristianos del mundo, pero la mayoría asocia sus textos a un pasado remoto, brumoso incluso, y muy poco tangible. Hacen, en fin, una lectura abstracta. Para vosotros, sin embargo, lo que se cuenta en la biblia sucedió en casa. Es otra perspectiva.
Nosotros no leemos la biblia; la vivimos. Mejor dicho: la revivimos casi a diario, al visitar los lugares sagrados o simplemente cuando paseamos cerca de ellos. Vas andando y de repente te das cuenta de que enfrente tienes el lugar donde Jesús fue crucificado o la casa en la que vivió Pedro. Es una sensación indescriptible que te da la fuerza necesaria para continuar siendo cristiano en un lugar como Jerusalén; donde empezó todo y en donde, sin embargo, no te quieren.
¿Qué lugares bíblicos te resultan más especiales?
Todos los templos sagrados y, sobre todo, el Santo Sepulcro. Además de ellos, en Jerusalén me gusta mucho San Pedro en Gallicantu, un templo ubicado en la ladera oriental del monte Sion y que, traducido al castellano, significa «San Pedro Canto de Gallo». Una referencia a cuando Pedro negó tres veces a Jesús después de la Última Cena, tal y como se cuenta en los evangelios. Luego, fuera de Jerusalén, tengo una relación muy especial con Nazaret, por supuesto, y también con Cafarnaúm. Allí, a orillas del Mar de Galilea, fue donde Jesús empezó a predicar.
¿Qué tres palabras utilizarías para describir Jerusalén?
Fe. Amor. Historia.
Quiero terminar esta conversación pidiéndote que recomiendes cinco libros sobre los temas que hemos tratado durante este rato.
The Hundred Years’ War on Palestine, de Rashid Khalidi, y History of Israel, de Howard Sachar, son dos buenos ensayos para entender las dos visiones del conflicto entre Palestina e Israel. A History of the Christian Presence in the Holy Land, de Saul Colbi, y Churches: The Christian Presence in the Holy Land Under Muslim and Jewish Rule, de Attalah Mansour, explican muy bien la historia de los cristianos de Tierra Santa a lo largo de los siglos. Finalmente, creo que puede resultar muy interesante asomarse a Jesus and the Jewish Roots of the Eucharist, de Brant Pitre. Sirve para comprender cómo los discípulos de Jesús, que eran judíos, entendieron su sacrificio. Es un libro eminentemente teológico, pero muy importante para entender la espiritualidad de Jerusalén desde un punto de vista cristiano.
Y ahora cinco películas.
Te voy a recomendar una película, un documental, un cortometraje y una serie. La película es The Lemon Tree, dirigida por Eran Riklis. Describe el pulso legal de una viuda palestina contra su vecino, que resulta ser el ministro de Defensa de Israel, para evitar que éste tale los limoneros de su jardín. Está basada en hechos reales. El documental es The Gatekeepers, de Dror Moreh. Cuenta la historia del Shin Bet, uno de los servicios de inteligencia israelíes, a través de seis antiguos dirigentes. El cortometraje –The Present, de Farah Nabulsi– relata la odisea de un padre palestino que, junto a su hija, debe lidiar con innumerables controles policiales israelíes mientras trata de comprar un regalo de bodas en Cisjordania. Y la serie, bastante famosa, es Fauda. Creada por Lior Raz y Avi Issacharoff, muestra cómo operan las fuerzas de seguridad israelíes que se encuentran infiltradas en Palestina y los dilemas que, a veces, esa labor de infiltración despierta entre los agentes.